Los gigantes y sus miedos son algo con lo que tendremos que lidiar durante toda la vida. Cuando éramos niños nos perseguían en forma de ogros, dragones o cualquier otro engendro malote que quería comernos o hacernos daño; y por cierto que muy pronto empezarían a convertirse en realidad: para algunos el primer día de cole o guardería, para otros el soportar al primito de Zumosol que su año de más le daba la fuerza y tamaño necesarios para obligarnos a hacer lo que él quería cada sábado por la tarde, para otros quizá el no comprender bien qué es eso de las sumas y las restas, o incluso para algunos -y más tristemente- el no ser capaces de pronunciar ciertas palabras mientras escuchaban una y otra vez a sus padres comentar con sus amigos lo “lentito/a” que era su hijo/a.
Pero la historia no acabó aquí. Ya algo más mayorcitos e independientes los gigantes no han dejado de aparecérsenos: la dificultad de iniciar una relación de pareja, el azote del desempleo, la falta de valor para empezar una carrera universitaria ya “de mayor”, el miedo a la enfermedad, la traición de un buen amigo… no pararía de enumerar.
Cuando estamos frente a un gigante lo más difícil es ver equilibradamente la situación (el problema y nuestras capacidades para afrontarlo). Los gigantes suelen ser de dos tipos. Unos son los externos, los que no dependen de nosotros. Normalmente todo suele empezar por un gigante externo. Los segundos son nuestros gigantes internos. Estos son esa versión reducida de nosotros que quiere salir continuamente en forma de cobardía, inseguridad, victimismo, desautorización personal, devaluación propia, etc. En realidad, cuando aparecen estos segundos es cuando el problema se hace realmente grande.
Sea cuál sea nuestro/s gigante/s, la forma más efectiva es tomar perspectiva. Esta cita que circula por internet es posible que esté dando el mayor consejo que se pueda dar para afrontar la vida con sus gigantes: el tomar distancia, el mirar objetivamente desde un ángulo diferente desde el que estamos mirando, el distanciarnos incluso emocionalmente de forma momentánea, el buscar perspectivas nuevas. Esto lo podemos hacer solos o con ayuda de personas cercanas que nos muestren otras caras del problema, así como soluciones. Pero debemos hacerlo.
Cada vez que dejemos de tomar perspectiva y dejemos que el gigante interno tome el control, éste se hará más fuerte. Nos veremos menos válidos, menos capaces, más débiles, menos queridos, menos o más de muchas otras cosas van a limitar nuestra vida. Posiblemente el gigante querrá que racionalices tu comportamiento para que te conformes y te calmes interiormente con argumentos como: “no valía la pena”, “¿qué más me da?”, “no me importa lo que digan”, “yo soy así y no tengo que cambiar”, etc., etc. Estos razonamientos, válidos en otros contextos y situaciones, quizá no lo sean tanto en la tuya porque «quizá sí valía la pena el esfuerzo”, “quizá sí es importante lo que digan ciertas personas”, “quizá deberías pensar en cambiar conductas que están dañando a otros”, etc. Sin embargo, este autoengaño sólo ha conseguido que te estanques y no hayas podido aprovechar la lucha con este gigante para crecer un poco más como persona.
¿Tienes identificados cuáles son tus gigantes más comunes?, ¿conoces bien a tus gigantes interiores? ¿Qué haces para enfrentarlos?, ¿funciona? ¿Puedes recordar historias personales de batallas ganadas frente a ellos?, ¿cómo te sentiste?, ¿qué aprendiste?, ¿en qué sentido creciste personalmente? ¿Vale la pena volver a repetirlo?
Últimamente no puedo dejar de conectar cada reflexión con mi dimensión como padre. En primer lugar porque lo estoy viviendo en primera persona y de una forma encantadoramente intensa. Y por otro porque cuanto más leo, observo y reflexiono sobre el mundo de las emociones en general y de la autoestima en particular, más me reafirmo en que nuestra sociedad podría cambiar si los de nuestra generación decidimos tomarnos en serio la educación emocional de la generación que se está gestando en estos momentos (nuestro hijos e hijas).
¿Estamos enseñando a nuestros peques a reconocer y valorar su potencial?, ¿valoramos junto a ellos cada gigante que tienen que enfrentar?, ¿empatizamos con la importancia que tiene para nuestros hijos e hijas ese gigante para que se sientan comprendidos y atendidos? y, siguiendo la línea de esta reflexión, ¿les estamos enseñando a mirar con perspectiva las situaciones?, ¿cómo lo hacemos?, ¿aprovechamos nuestra capacidad racional más madura para ello?, ¿no adaptamos, a la vez, a su madurez cognitiva y emocional? Y para terminar, ¿estamos siendo un modelo vivo de personas que analizan con perspectiva los problemas de nuestra propia vida?
Jonathan Secanella
Coach y formador
Aquí puedes leer otras de nuestras reflexiones:
- Reflexión: libertad reflexiva, libertad interior
- Reflexión: el poder del ahora
- Reflexión: asumiendo nuestra responsabilidad
- Reflexión: ¿ser o hacer frente a los que nos rodean?
- Reflexión: Un enfoque realista sobre nuestras vidas
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