4 mitos tóxicos sobre nuestros hijos

[frame_left]Tópico niños. Escuela de las Emociones[/frame_left]

La educación de nuestros hijos es posiblemente el mayor reto que tenemos los padres en nuestro rol como tales. Lo triste es que últimamente se ha despertado, de un modo quizá demasiado intenso, el interés por los temas de la crianza de los bebés y niños en su primera etapa (todo lo relacionado con la alimentación, la comida, el sueño, el desarrollo psicomotriz del niño/a, etc.) que, sin negar la importancia que ello tiene, nos hace olvidar el factor “educación” que, solapándose con la crianza en los primeros años, abarca toda una vida y es mucho más complejo.

De hecho, seguimos con obsesión el tema de los percentiles de nuestro hijo, el si gatea o no antes de andar, el si anda o habla antes que hijo del vecino, etc., y se nos olvida que, a los tres años todos los niños andan, corren y hablan. Sin embargo, la educación va a durar todo el tiempo que esté con nosotros.

Respecto a ella, me gustaría hablar de cuatro mitos o tópicos muy extendidos entre los padres a la hora de hablar de los niños y que, si no los desterramos, van a condicionar de un modo negativo nuestro modo de ejercer la educación de nuestros hijos.

1. LA MANIPULACIÓN. Continuamente se habla con una naturalidad pasmosa sobre que los niños son unos manipuladores. Lo decimos sin ejecutar un juicio moral sobre ellos, con cierta simpatía por considerarlo algo normal entre nuestros pequeños, y creemos que este tono justifica nuestra etiqueta hacia ellos. Ahora bien, yo me pregunto: ¿qué adulto no es manipulador?, ¿quién de nosotros no intenta conseguir lo que desea y a veces –incluso frecuentemente- utiliza la manipulación? Si tu respuesta es un “sí”, me pregunto: ¿tenemos derecho a cargarles el San Benito a nuestros hijos -aunque sea de forma simpática- como si fuera algo característico de ellos y no del ser humano como tal? El problema de los niños no es la manipulación como tal sino la simplicidad con que intentan conseguir lo que quieren y que los adultos captamos a siete leguas (ese es, en todo caso, su “pecado”).

Ahora bien, ¿qué importancia tiene esto en la educación? Mucha. Piensa en qué modo te condiciona el pensar muchas veces que tu hijo, el porqué del lloro, el porqué del pataleo, el porqué de «darnos la comida», el porqué de no querer dormirse, etc., tiene que ver con que te quiere manipular. Seguro que has empezado a pensar en conclusiones y conductas tuyas cotidianas. En estos momentos me viene a la mente, como ejemplo extremo, cierta técnica para dormir que se explica en dos páginas pero necesita de todo un libro para convencer a los padres de que los niños son manipuladores y así los padres tengan las fuerzas para actuar contra natura y los dejen llorar desconsoladamente (¡durante unos minutos!, ¡menos mal que tenemos esa consideración de ir a calmarlos cada cierto tiempo a pesar de ser unos “monstruitos manipuladores”!)

2. EL EGOÍSMO. Sobre el tema del egoísmo os remito a un post más extenso sobre él que podéis leer pinchando aquí. De todos modos, a modo de resumen deciros que los niños no son egoístas porque no pueden. El egoísmo es un concepto moral, relacionado con la actitud de vivir pensando en ti y tus prioridades a costa de las de las demás, y no se empieza a desarrollar hasta los siete y ocho años de forma muy básica y este proceso dura hasta las primeras etapas de la adolescencia.

Lo que son los niños es “egocéntricos”, que no es lo mismo. El egocentrismo es una característica del nivel de maduración psicológica de los niños el cuál les hace creer que son el centro del universo, que todo lo que ocurre gira en torno a ellos. Si nos regimos por la concepción de que son egoístas (un problema moral) vamos a actuar de un modo muy diferente a si pensamos que son egocéntricos. Con esta concepción más adecuada tendremos en cuenta que, para bien o para mal, todo lo que hagamos les va a afectar muy directamente: de qué modo les atendamos, cuánto y cómo le demos de afecto y valoración, cómo ejerzamos la implantación de límites y su supervisión, qué modelo de familia estamos desarrollando, incluso de relación de pareja.

3. LA LÓGICA Y EL RAZONAMIENTO. Muchas veces se nos olvida que los niños no razonan igual que los adultos. Los niños tienen las mismas necesidades emocionales que los adultos: recibir afecto, valoración por lo que hacen, sentirse seguros y desarrollar un sentido de pertenencia fuerte a un clan (familia en una primera etapa y otros círculos más amplios luego). Sin embargo, su capacidad de razonamiento y consecuentes conductas son muy diferentes a las nuestras. El ver cómo van creciendo y empiezan a añadir estrategias “racionales” para conseguir lo que quieren nos alegra porque no produce la sensación de que “¡ya podemos comunicarnos con ellos!” Y es aquí donde reside el riesgo, que empezamos a razonar con ellos y a juzgar sus acciones sin darnos cuenta de que su desarrollo cognitivo aún es muy básico.

De ahí que es fundamental que nos esforcemos por adaptar nuestra lógica a cada edad. Como ejemplo: en un niño de tres años es normal el que, si le estamos enseñando la rutina de poner la mesa para la cena junto con papá y mamá, le tengamos que explicar durante varios días la secuencia que hay que seguir para ponerlo todo correctamente pues de un día a otro lo olvidará (¡no lo hace adrede!). O que si un día le hemos explicado que ese juguete que nos pide se lo regalaremos para su cumpleaños y más o menos nos comprende y se conforma, a los tres días nos lo vuelva a pedir como si no se hubiera enterado.

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4. EL COMPORTAMIENTO DEFINE AL NIÑO. Salta a la vista que aquí me estoy refiriendo a las etiquetas. La lógica que hay detrás de las etiquetas es la de que conforme un niño ES: rebelde, torpe, despistadillo, miedoso, flojucho… así se comportará, ¿verdad?, de ahí que el comportamiento (su hacer) es un reflejo de quién es (su ser). Pocas cosas hay tan tóxicas para un niño como el mundo de las etiquetas, sobre todo si son negativas (sí, digo “sobre todo si son negativas” dando a entender que tampoco por ser “positivas” son siempre buenas, pero esto quedará para otro post). Un niño nace con un temperamento genéticamente predeterminado, sí, pero la formación de su carácter como su sentido de identidad es algo que dura toda la vida. Cuando somos adultos nuestro comportamiento está muy mediado por el carácter que nos hemos forjado así como por una serie de necesidades internas entra las que están algunas tan complejas como la de autorrealización o autotrascendencia (necesidades que aún no han aparecido en los niños). Un niño, sin embargo, tiene un carácter mucho más maleable –está en un proceso más tierno de formación- y se rige por necesidades internas más básicas, como las que hemos mencionado en el punto anteror: afecto, valoración, etc. Todas las estrategias conductuales que adopta (tanto las que nos gustan como las que no) son las que ha probado que le funcionan para conseguir paliar esas necesidades.

Ahora te animo a que te reflexiones: si los adultos nos sentimos violentados cuando conocemos que los que nos rodean nos han puesto cierta etiqueta, ¿cómo creemos que afectará esto en un niño? Paradójicamente, en un primer momento no les suele afectar mucho emocionalmente. Sin embargo produce dos efectos perniciosos, uno conductual (a corto plazo) y otro emocional (a más largo plazo, aunque a veces también a corto). Como el niño está en una etapa tan temprana en el proceso de desarrollo de su carácter e identidad, con las etiquetas le vamos reforzando en un sentido de identidad que, en un futuro (preadolescencia y adolescencia) les va a marcar a nivel emociona y de autoestima de un modo considerable. Y por otra parte, estamos reforzandole ya, a corto plazo, el incidir sobre un tipo de conducta porque es el modo de reafirmarse en esa identidad que le estamos “ayudando a definir”.

Espero que esta exposición de tópicos nos haya hecho reflexionar. En realidad, un mito o tópico es ya un tipo de etiqueta que le ponemos a nuestro/a hijo/a, no por cómo se comporta (como es el caso de las etiquetas mencionada en el cuarto punto) sino por el simple hecho de ser niño. ¿Creemos justo el que tengan que sufrirlas, sin saber defenderse, por la “simple desgracia” de ser niños?

Un saludo.

Jonathan Secanella
Coach y formador

 

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