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“Nada hay tan común, como el deseo de ser elogiado.”
(William Shakespeare)
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Todos los seres humanos necesitamos de palabras de aliento. Sentir la calidez de la aprobación y el reconocimiento, aumenta poderosamente la confianza en nosotros mismos.
En las personas cuya autoestima se ha elevado, se obra una especie de “milagro”. De repente, sienten que les caen mejor los demás, se hacen más comprensivas, más solidarias y más amables con los que les rodean.
El elogio, también es bueno para suavizar los inevitables roces de la convivencia diaria. Y va a ayudarnos a forjar una buena y saludable vida familiar. Los niños y niñas de la casa especialmente, están deseosos de recibir palabras de reconocimiento y aprecio.
Una joven madre contó un día ésta anécdota: “Mi hijo se porta mal a menudo, de manera que debo regañarlo. Pero un día su conducta fue especialmente buena; a pesar de ello, esa noche después de arroparlo en su cama le oí sollozar mientras yo bajaba las escaleras: fui a verlo, y al preguntarle por qué lloraba, me preguntó entre sollozos si no había sido un buen niño. Tal pregunta me traspasó como un puñal. Nunca había dudado en corregirlo cuando hacía alguna travesura, pero cuando se portó bien, ni siquiera lo noté. Lo había mandado a dormir sin darle una palabra de reconocimiento…”
El ELOGIO hace que las personas demos lo mejor de nosotras; pero quien lo ofrece siente también la satisfacción de haber propiciado en el otro un especial estado de ánimo, de la misma manera en que
[blockquote]“…Las flores dejan siempre parte de su fragancia en la mano de quien las ofrece”. (Gottfried Von Kronenberg)[/blockquote]
¿Empezamos a practicar la “elogioterapia”?
Mª Jesús Nuñez (Enterapia)
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